En memoria de Jairo Andrés Espinoza Mendívil

(1986-2022)

Antes de que inicies la lectura, si eres de esas personas que viven con el tiempo como prioridad, siento el compromiso de decirte que no encontrarás aquí palabras relacionadas con el derecho electoral y sus procesos. En el mejor de los casos, son palabras relacionadas con las personas y sus elecciones.

Nacer y morir son dos sucesos ineludibles en los que las personas nada o muy poco (en el segundo) podemos decidir. Pero en cambio, hay entre ambos un número interminable de elecciones que nos hacen ser a cada uno lo que somos y, sobre todo, vivir como elegimos hacerlo.

LO ORDINARIO VALIOSO

Jairo nació en un día común, en un pueblo sin nada extraordinario. Su infancia transcurrió entre el polvo salitroso de los campos agrícolas y el aroma a gavilla quemada de las tardes otoñales. Pateó pelotas, jugó a la roña y a los terronazos; fabricó tirabuchis para cazar huicos y cachoras, se bañó en los canales y se llenó el estómago de cualquier cantidad de chatarra que, como niño, llegaba a sus manos. Estudió, trabajó, hizo amigos, muchos amigos, tuvo un hijo adorable y una linda pareja. Y un día, común como casi cualquier otro, en una ciudad sin nada extraordinario, también partió… O al menos así debe parecer para quien no lo conoció. Pero no fue así para él.

Jairo hizo de su nacimiento toda una festividad y de su pueblo un lugar para añorar. En lugar de salitre, prefería ver los campos dorados de los trigales a punto de cosechar; eligió presumir el aroma a tierra mojada que deja la brisa del amanecer; disfrutar los recuerdos de las aventuras de su infancia, ser un amigo leal como muy pocos y disfrutar su trabajo como si no fuera tal.

Tenía una capacidad impresionante para vivir sin estrés, que costaba mucho distinguir si el tiempo no le importaba o si le importaba demasiado. Vivió tan feliz y despreocupado que era difícil distinguir si desaprovechaba el tiempo o lo aprovechaba al máximo.

EL TIEMPO Y EL VIVIR

Al día de hoy, después de muchas horas de recuerdos, desvelos y lágrimas, me cuesta mucho saber si Jairo vivió teniendo el tiempo como prioridad. No lo sé. Y cómo saberlo si su muerte, tan dolorosamente temprana, cimbró mi propio esquema de prioridades. Ese al que le he dedicado tanto tiempo; ese en el que aún no entiendo si el tiempo mismo es una prioridad o si las prioridades hay que ordenarlas en razón del tiempo.

Y cómo carajos saberlo si esas horas y horas que pasamos juntos pendejeando ayer las veía como una banalidad y, hoy, después de su muerte, tan dolorosamente temprana, me vuelca el estómago reclamarme que no hayan sido esas horas y esos momentos mi prioridad. Cómo carajos saberlo si ayer las palomitas rojas del WhatsApp podían esperar y hoy recurro a sus mensajes para reírme entre lágrimas de esas pendejadas que hoy atesoro como mi prioridad. Ciertamente nacer y morir son dos sucesos ineludibles en los que las personas nada o muy poco podemos decidir. Pero en cambio, hay entre ambos un número interminable de elecciones que hicieron de mi entrañable amigo y hermano Jairo ser lo que fue y vivir como eligió hacerlo.

Hoy, a escasos días de su muerte, tan dolorosamente temprana, soy yo el que no sabe qué significa vivir teniendo el tiempo como prioridad. Hoy, a escasos días de su muerte, me regocijo del tiempo que “perdimos” juntos pendejeando. En cambio, paso el resto de las horas ordenando las cosas de la vida que transcurren como una banalidad.

Daniel Rodarte

Mtro. Vladimir Gómez Anduro

Magistrado del TEE Sonora

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