La patria chica del poeta mayor
Abigael Bohórquez
L. Carlos Sánchez
Desierto implica cualquier cosa, excepto vacío. Del desierto es que emana su discurso, la garra que es pasión, la energía vital del desconcierto.
Abigael Bohórquez es el poeta mayor de la región y
de otras latitudes. Su casa de origen es Caborca, la
tierra que le abrió los ojos y fundó en él la vocación de
la palabra: poesía, dramaturgia, periodismo, dirección
escénica, actuación.
Caborca y Bohórquez: la fusión perfecta, las biografías
que mucho tienen en común. Ambos de apellido
agreste, la generosidad como un mote inherente.
Caborca es el punto extremo en climatología, pare
desde su tierra los valles, el caudal de frutos que
significan vida, empleo, resistencia, manutención.
La gesta heroica inscrita en un seis de abril.
Abigael conmueve con su historia (quien nada tuvo
y todo lo dio), su poesía cimbra, estremece, cautiva:
el llamado a la reflexión sobre lo que se ama y se
desposee, en cada uno de sus versos contenidos en
su prolífica obra.
En edad crucial, adolescencia, Bohórquez inicia el
periplo de su escritura: primero son las mariposas
vistas con atención, posteriormente el amor a los
perros, un día la carta a la novia de las trenzas, el
aullido desde el corazón y ya después vendría el
discurso liberador en pos de un pueblo oprimido.
Del amor sin ambages, la poesía dicta lo que se ama.
Luego viene la construcción, también poética, de la
dramaturgia que descorre los velos de la desgracia,
las historias catastróficas en las relaciones humanas,
la sociedad y sus desatinos.
Un arte en diálogos que parte de la investigación
de acontecimientos sociales. La sagrada familia, por
ejemplo, ese texto dramático que narra la historia
de Los Huipas, los ascendentes mayos que marcaron
un hito en la historia de la región por sus crímenes
cometidos. Aquí Abigael Bohórquez desarrolla,
con habilidad perfecta, un guion vanguardista
que humaniza las emociones, que desmenuza
los argumentos del móvil, que reta a los posibles
directores de escena a un montaje que se adelanta a
la época en que fue escrito.
En este periplo al que hacemos referencia, de la
construcción de su obra, vendrá el reconocimiento a través de los premios. Su ir y venir por encima de la
nocturnidad citadina en búsqueda y construcción de
uno y otro espacio para mostrar el tormento del oficio
que es escribir, actuar y dirigir.
A contracorriente, como esa semilla que germina en
el desierto. Con tesón, porque no puede ser de otra
manera. Con gratitud, porque la gracia de la palabra
lo hizo su presa. Y en el desenvolvimiento de su obra
están los diversos homenajes para su tierra, el poema
eterno que habita en su interior y describe y subraya
el amor por su patria que es Caborca.
Supo Abigael Bohórquez que los designios de la vida
se pueden torear, pero no disimular, que el llamado
de la vocación es una armadura inquebrantable.
Entonces acatar procede. Y henos aquí la hechura
y lectura de un poeta de gran envergadura, que
no tuvo más opción que lidiar consigo mismo, me
refiero a la sensibilidad desmesurada, a la desolación
inmarcesible, a la complejidad perenne, y naufragar y
salir airoso en la barca de la palabra que fue su única
bitácora de remo.
Así los días con sus
noches. Una y otra
vez la plegaria, la vista
al cielo mirando a los
abastecidos, como bien
lo rubrica en su poema
Desazón. Desazón,
este poema inscrito en
Poesida, su obra póstuma
que describe al poeta en
sus horas, días y años de
desolación cargando con
el vaticinio feroz: el oficio
de mirarse el alma para
luego mostrarla al mundo.
Hoy la lectura sobre la obra
del vate se universaliza,
los anaqueles de librerías
contienen su nombre, el
estudio de investigadores,
ensayistas, constructores
de tesis, abordan la
diversidad de temas
propuestos por el poeta
oriundo de Caborca:
Abigael Bohórquez.